(Por Nadia Quant) Cuando se acercan las festividades patrióticas, la colonialidad que ha calado profundamente en los huesos de la sociedad, escenifica una división racial recreada en los actos escolares a través de la folklorización de los oficios, claro que ya caduca para los tiempos que corren; sobre todo investida en una falta y necesaria dosis de revisionismo histórico.
No muy alejada de la realidad que se ha querido construir, dichas actuaciones se revisten de prejuicios y diferenciaciones racistas totalmente basadas en hechos reales, que se sostienen a partir de las repeticiones año tras año en contenidos educativos sin una postura crítica y diversa.
Uno de los puntos normativos en el que se apoya la Educación Sexual Integral (ESI), responde a los derechos y garantías constitucionales que pesan sobre actos discriminatorios en torno a prejuicios personales e institucionales, así como la promoción del respeto y la legitimidad a la diversidad de identidades de sexo, género, etnia, religiosidad, entre otras. Del mismo modo, fomenta una apertura a la puesta en valor respecto a los orígenes, desde diversas reivindicaciones sociales así como la posibilidad de problematizar estas temáticas.
¿Qué sucede cuando la institución en cuestión es la que reproduce y estigmatiza a través de sus contenidos y sus personificaciones, la discriminación, la racialización y sobre todo la visibilización de identidades presentes en esta Argentina, que se ha esforzado -eso nadie osará negarlo- en construirse como la más blanca y europeizada de América Latina?
Los pilares institucionales de nuestro país, así como las disciplinas específicas, se han encargado sistemáticamente de eliminar todo tipo de huellas identitarias y étnicas de nuestra sociedad, que fuesen no europeas, es decir no blancas. Así la historia contada por los vencedores decidió dar fuego a discreción, -en sentido literal y simbólico- a afrodescendientes e indígenas por igual.
El gran ejemplo ocurre en las dramatizaciones de los 25 de mayo, en donde desde niñes nos han hecho elegir entre ser dama o caballero antiguo de alta sociedad, o en su defecto vendedor de velas, vendedora de empanadas o mazamorra, aguatero, carretero o herrero. Y esto depende del gradiente dérmico del que cada cual es portador.
Por otro lado, de no alcanzar la negritud necesaria, siempre se podrá apelar al infaltable corcho quemado, sátira casi sacada de una comedia perversa que denigra y nuevamente deja de lado a los verdaderos protagonistas ridiculizando el color de piel.
No es necesario aclarar quienes ocupan tales o cuales roles, y el tiempo verbal es correcto, presente; porque son muchas las escuelas todavía que continúan reproduciendo dichos estereotipos en torno a la diáspora africana o afroargentina, hablando específicamente de nuestro país.
Porque: ¿Qué pensarían los blancos candomberos si los afrodescendientes decidieran parodiarlos tocando instrumentos y realizando danzas que son de origen africano? Seguramente no sería tomado como una romantización histórica, ni tampoco una simple dramatización del ridículo.
Por otro lado, las representaciones sociales en torno a hombres y mujeres afrodescendientes, se visibiliza como «objetos de aventura cultural», ya que desde una violencia sexo-genérica se construye una racialización del cuerpo; territorio que es cosificado y encorsetado en la idea de ‘cuerpos calientes’ en las mujeres y de ‘macho viril’ en los hombres.
De esta manera, se construye una exaltación de las conductas y caracteres sexuales que enmascaran una historia de sometimiento, abuso y cosificación sexual, que atravesaron las distintas comunidades afrodescendientes durante la esclavitud. Las más comunes son a través de chistes, como el negro de whatsapp o desde el estereotipo de mujer negra escandalosa, de fiesta y caliente.
La perturbadora idea de desechabilidad, aparece muy fuertemente ligada a dichos cuerpos en relación a las representaciones que moldean estos pre-juicios del comportamiento y prácticas sociales, así como también, a través de discursos e imaginarios sobre hombres y mujeres afrodescendientes, mestizas, entre otros; generando, por un lado, no solo la vulnerabilidad sexual de mujeres afrodescendientes, sino también la imposibilidad de vivir una identidad sin la carga de prejuicios ni moldes que determinen qué o cómo debe transitarse.
Fuente: Por Nadia Quant, para Ecodías.
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